domingo, 9 de febrero de 2014

UNA INFANTA DEMASIADO IGUAL

La chusma resentida, que es numerosa en este país, ya tuvo su ración de morbo viendo entrar a una Infanta de España en el Juzgado a declarar como imputada en una causa penal. Ni siquiera los intolerables privilegios otorgados (llegó en coche casi hasta la puerta, no pasó el detector de metales....) alcanzan a soslayar el placer de haber podido contemplar semejante escena. Todos somos iguales, o eso dicen. Lástima que esa igualación sea siempre por abajo, nunca por arriba.
             Porque efectivamente la Infanta ha demostrado ser igualita que muchísimas otras esposas. Ha ido y ha declarado lo que podía esperarse conforme a la tan ensalzada igualdad. En esto mi colega Miguel Roca tampoco es que haya innovado mucho. Ha hecho lo que es de libro. Si yo hubiera sido el abogado de SAR -que es a lo que con gran sentido crematístico dice mi hija que tendría que dedicarme- le hubiera recomendado lo mismo. La Infanta no sabía lo que hacía su marido, confiaba en él, firmaba lo que él le decía y no hacía preguntas. No sé de qué se quejan los defensores de esa igualdad por abajo. No hay nada que reprochar por ese lado. No es la primera vez, ni será la última, que este tipo de declaración se escucha en un Juzgado. Probablemente sea verdad. Pero tampoco tiene que serlo, porque para eso se declara en calidad de imputado.
             Pienso por el contrario que lo objetable es que de la hija del Rey sería esperable un comportamiento distinto, no igual al del resto. Pero esto no lo pueden reclamar los igualitaristas. Un comportamiento ejemplar, diferente del de cualquier otra esposa que no perteneciese a la Familia Real, precisamente porque su situación le exigía un superior grado de vigilancia sobre cualquier aspecto que pudiera afectar al buen nombre y la reputación propios y de la institución monárquica. Es posible que tengan razón aquellos que dicen que la monarquía pierde su sentido cuando príncipes y princesas, infantas e infantes empiezan a casarse con plebeyos y a seguir sus costumbres. Pero claro, esto lo dicen unos señores que son unos reaccionarios. Hay que casarse por amor, igual que  todo el mundo. Y confiar ciegamente en tu amorcito, igual que todo el mundo.

            Precisamente por haberse comportado igual que todo el mundo es por lo que Dª Cristina debe renunciar a sus derechos dinásticos y salir de la Familia Real. Así podrá vivir tranquilamente su romance con su Iñaki, que nos ha salido rana. Como puede hacer cualquier hija de vecino, pero no la del Rey de España.

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