miércoles, 25 de octubre de 2017

FIDELIO DE SEVILLA

No estaba yo ayer en muy canónicas condiciones para ir a la ópera. Pero tendría que haber estado bastante peor, como por ejemplo estoy hoy, como para perderme el estreno de Fidelio, que abre la temporada en el Teatro de la Maestranza. Digo esto porque seguramente mi averiado estado influiría algo en la percepción del espectáculo. Los cursis de la pelota dicen que “el fútbol es un estado de ánimo”. Pues si esto es así, que lo dudo, no te digo nada la música.
Fidelio es una obra cuya acción, como se sabe, transcurre íntegramente en Sevilla, aunque igual podría hacerlo en Valladolid o en Cuenca, y cuya música comienza, salvo la obertura, en Mozart y termina en el más auténtico Beethoven.
No me gustó mucho el inicio de la orquesta, ante una de esas varias partituras que el autor escribió para abrir su única aportación al género operístico, pero luego fue creciendo hasta convertirse en uno de los triunfadores de la noche, junto con el coro, especialmente en su interpretación de la llamada “Leonora III”, mediado el segundo acto.
Las voces solistas, que sobre el papel presentaban un buen elenco, estuvieron bien, pero sin pasarse. Para  mí los mejores fueron la soprano rusa Elena Pankratova (Fidelio-Leonora) y el bajo alemán Wilhelm Schwinghammer (Rocco). En el polo opuesto estaría el también alemán Thomas Gazheli, cuyo Pizarro, aunque de voz potente,  me pareció más el malo de una película de dibujos animados que el de una ópera seria.
La escenografía de Plaza, producción propia del Teatro, que ya conocíamos de hace no sé cuántos años, es escueta. Dos enormes colchones de goma espuma, a decir de una de mis vecinas de localidad, simulando dos losas que simbolizan la opresión, representan durante casi toda la obra las mazmorras del trianero, inquisitorial y desaparecido Castillo de San Jorge.  Sólo al final, tras la liberación de los prisioneros, entra la luz más plena en escena y puede apreciarse el skyline de la ciudad presidido por la  Catedral y la Giralda, de manera que nadie puede llamarse a engaño acerca de dónde nos encontramos.
Por cierto ¿conocen ustedes a muchos sevillanos, o sevillanas, que se llamen Fidelio, o Leonora, o Florestán? Yo no sé estos libretistas qué guías de teléfonos miraban para ponerle los nombres a los personajes.

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