No estaba yo ayer en muy
canónicas condiciones para ir a la ópera. Pero tendría que haber estado
bastante peor, como por ejemplo estoy hoy, como para perderme el estreno de Fidelio,
que abre la temporada en el Teatro de la Maestranza. Digo esto porque
seguramente mi averiado estado influiría algo en la percepción del espectáculo.
Los cursis de la pelota dicen que “el fútbol es un estado de ánimo”. Pues si
esto es así, que lo dudo, no te digo nada la música.
Fidelio es una obra
cuya acción, como se sabe, transcurre íntegramente en Sevilla, aunque igual
podría hacerlo en Valladolid o en Cuenca, y cuya música comienza, salvo la
obertura, en Mozart y termina en el más auténtico Beethoven.
No me gustó mucho el inicio
de la orquesta, ante una de esas varias partituras que el autor escribió para
abrir su única aportación al género operístico, pero luego fue creciendo hasta
convertirse en uno de los triunfadores de la noche, junto con el coro,
especialmente en su interpretación de la llamada “Leonora III”, mediado el
segundo acto.
Las voces solistas, que
sobre el papel presentaban un buen elenco, estuvieron bien, pero sin pasarse.
Para mí los mejores fueron la soprano
rusa Elena Pankratova (Fidelio-Leonora) y el bajo alemán Wilhelm Schwinghammer
(Rocco). En el polo opuesto estaría el también alemán Thomas Gazheli, cuyo
Pizarro, aunque de voz potente, me
pareció más el malo de una película de dibujos animados que el de una ópera
seria.
La escenografía de
Plaza, producción propia del Teatro, que ya conocíamos de hace no sé cuántos
años, es escueta. Dos enormes colchones de goma espuma, a decir de una de mis
vecinas de localidad, simulando dos losas que simbolizan la opresión, representan
durante casi toda la obra las mazmorras del trianero, inquisitorial y
desaparecido Castillo de San Jorge. Sólo
al final, tras la liberación de los prisioneros, entra la luz más plena en
escena y puede apreciarse el skyline de
la ciudad presidido por la Catedral y la
Giralda, de manera que nadie puede llamarse a engaño acerca de dónde nos
encontramos.
Por cierto ¿conocen
ustedes a muchos sevillanos, o sevillanas, que se llamen Fidelio, o Leonora, o
Florestán? Yo no sé estos libretistas qué guías de teléfonos miraban para
ponerle los nombres a los personajes.
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