jueves, 1 de mayo de 2014

ESTADO VAMPIRO

Asistí la semana pasada a la presentación en Sevilla del último libro de Juan Ramón Rallo que con el título “Una revolución liberal para España” ha sido editado recientemente por Deusto. El acto tuvo lugar en el Colegio Claret a iniciativa de Students For Liberty, una organización internacional de jóvenes liberales con presencia en nuestro país y, concretamente, en nuestra ciudad, que piensan que una mayor libertad es la mejor fórmula para resolver muchos de los problemas del mundo actual. Cosa rara y harto sorprendente porque según aparece en los medios habitualmente, en España, y más concretamente en Andalucía, sólo hay jóvenes defensores de “lo público” y del paternalismo estatal.
         JuanRamón Rallo es una de las figuras más destacadas del panorama académico actual en España, tanto por su trabajo de investigación como por su incansable labor de divulgación a través de todos los medios disponibles en prensa digital y tradicional, radio, televisión y redes sociales. A sus treinta años ha tenido tiempo de doctorarse en Economía, licenciarse en Derecho, u obtener un máster en Economía de la Escuela Austriaca. Actualmente es profesor en varios centros de educación superior y director del Instituto Juan de Mariana.
         Sigo hace algún tiempo a Juan Ramón Rallo, cómo no,  con sentido crítico. Él es un liberal acérrimo desde unos postulados estrictamente económicos y, en mi opinión, más bien teóricos. Por mi parte prefiero un liberalismo más práctico y realizable, con ingredientes más variados que el de la frialdad de los números. Más pegado a la realidad del mundo altamente socializado –mucho más de lo que pensamos- en que nos movemos  y en el que parece que mucha gente se encuentra a gusto, quizá porque no es consciente de los costes, en términos de libertad individual, que este tiene. Además  Rallo en el Estado por lo general parece que  sólo ve inconvenientes, y yo, aparte de estos, también le veo algunas ventajas, siempre que su función se limite a esos campos en que puede proporcionarlas. Pero en lo que estoy absolutamente de acuerdo con él es que la dimensión y el peso del Estado en nuestras vidas debería de reducirse considerablemente, con lo cual los dos vamos a contracorriente del pensamiento imperante.
        No he tenido tiempo aún de leer el libro en su totalidad, pero su planteamiento general es el siguiente: en nuestro país el Estado detrae coactivamente para sí nada menos que el 50% de los recursos que genera nuestra economía. Consiguientemente los ciudadanos individualmente  perdemos la posibilidad de decidir libremente sobre el destino de esos recursos que obligatoriamente hemos de entregar a políticos y burócratas para que decidan por nosotros. Esta situación se acepta, entre otras cosas, porque parece que no hay alternativas para hacerlo de otra forma en nuestras actuales sociedades. Rallo va demostrando sector por sector que sí hay otras opciones para que los ciudadanos tenga mayor capacidad de decisión y elección respecto a la sanidad, la educación o las pensiones  mediante fórmulas liberales, de forma que al final, los recursos manejados por el Estado quedarían reducidos al 5%, sin que por ello los ciudadanos dejen de percibir esos servicios.
          No sé si esa reducción tan drástica sería la deseable, porque como ya he dicho antes, pienso que en la política y en la organización de la sociedad hay que tener en cuenta factores que no sólo son los económicos. Pero entre el 50 y el 5 hay un amplísimo trecho en el que seguramente se pueden encontrar puntos intermedios. Lo que no es soportable es la situación actual, que lastra gravemente el progreso económico y social por la constante dependencia del esclerotizado y tantas veces corrupto aparato estatal. Lo que pasa es que la gente por lo general piensa que en este Estado, que hemos llamado de bienestar (¿para quién?), los ricos financian los servicios que se prestan a los pobres. Pero esta es una percepción equivocada, como demuestra por ejemplo el caso del “mileurista”, cuya posible disponibilidad de renta se ve mermada nada menos que un ¡¡cuarenta y cinco por ciento!! como consecuencia de impuestos y cargas sociales. Con lo que la transferencia no se produce entre ricos y pobres, sino entre pobres y pobres o a lo sumo, entre pobres y más pobres todavía. Eso sí, actuando por medio el burócrata de turno que decide por nosotros lo que más nos interesa. A un Estado que nos chupa la sangre de esa manera no se me ocurre otra forma de llamarlo que Estado-vampiro. Creo que merece la pena estudiar algunas de las propuestas de Rallo, a ver cómo nos lo quitamos de encima. Porque a este bicho con una simple ristra de ajos y un crucifijo no lo espantamos.




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