Desde pequeños hemos
aprendido por estos lares a soñar con la blanca Navidad -aunque en mi tierra no es que vemos nevar mucho- con las calles iluminadas, con los hombres gordos
vestidos de rojo, con las burbujas del champán, el calor del hogar, con
turrones y mazapanes, los regalos y los Reyes Magos. Pero no en todas partes la
Navidad es blanca, ni aún en sueños, porque no hay paz, ni hay lucecitas de
colores allí donde faltan otras cosas mucho más básicas. Es otro estilo de
Navidad. En países como Irak, o Siria, la población cristiana -perseguida e
incluso masacrada por los yihadistas, un auténtico genocidio que sin embargo
pasa como desapercibido a los denunciadores habituales de genocidas en
occidente- ha tenido que abandonar sus hogares y refugiarse en lugares donde al
menos puedan conservar la vida, aunque hayan perdido todo lo que tenían, y en
los que viven hacinados y en condiciones mínimas de subsistencia. Pero esto no
les ha impedido celebrar con alegría esta festividad del Nacimiento de Jesús. Cuentan
quienes por allí han estado que es la Iglesia fundamentalmente quien les
suministra lo necesario para sobrevivir en estas condiciones, de ahí que es
importante que cuenten con la ayuda y la solidaridad de los cristianos y de las personas de buena voluntad del
resto del mundo. Esto dicen Xiskya Valladares (@xiskya) y Josué Villalón (@JosueVillalon), dos españoles que han
estado en la zona estos días enviados por la Fundación Pontificia “Ayuda a laIglesia Necesitada”, comprobando in situ
la realidad de los campos de refugiados, y que han colgado en internet este
video que comparto. Pero lo que yo observo en el vídeo es que frente a la carencia de recursos materiales que sufren estos cristianos, de lo que están sobrados es de fe.
De otra forma no puede comprenderse la alegría que se refleja en sus rostros y
en sus celebraciones. La alegría en la abundancia es perfectamente asequible,
puede incluso comprarse a modo de máscara festiva, aunque se trate de pura impostura. Pero la alegría en la
adversidad sólo puede salir de algún rincón muy profundo del ser humano. Estos
cristianos iraquíes nos están enseñando -¿cuál es realmente la Iglesia
necesitada?- que la auténtica Navidad o se vive en el corazón o no es
Navidad.
Aquí iré escribiendo lo que se me ocurra y quiera compartir con el mundo.
martes, 30 de diciembre de 2014
sábado, 13 de diciembre de 2014
EL PROFESOR Y LA MENTIRA HISTÓRICA
Hubo una época, no tan lejana, en la que a la política se dedicaba gente decente y brillante en sus profesiones que decidieron en un momento dado, movidos seguramente por vocación de servicio, dejar su actividad privada para ocuparse temporalmente de los asuntos públicos. Es el caso, entre otros muchos, de Alfonso Lazo Díaz, sevillano del 36, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla y profesor en los sesenta de muchos de los que después serían líderes políticos andaluces en la transición. Socialista de la vieja escuela, proveniente del PSP de Enrique Tierno Galván –también a él le llaman ahora “viejo profesor”-, ocupó cargos de responsabilidad en el PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra. Fue diputado por Sevilla en el Congreso (1977-1996), portavoz socialista en materia universitaria y presidente de la comisión del Defensor del Pueblo. Llegó a ocupar la secretaría provincial del partido, formó parte, como consejero de Cultura, del primer Gobierno preautonómico de la Junta de Andalucía presidido por Plácido Fernández-Viagas… y cuando le pareció oportuno volvió a la universidad a seguir investigando y enseñando historia y a continuar defendiendo los valores que acaso en el campo de la política partidista ya no le era posible defender. Alfonso Lazo, ya jubilado también de sus ocupaciones académicas, continúa hoy impartiendo sus “clases” a través fundamentalmente de sus colaboraciones en la edición andaluza del diario El Mundo. Es uno de mis columnistas favoritos pues lo considero un intelectual lúcido y honesto que busca siempre la verdad por encima de las querencias ideológicas, y no tiene miedo a exponer lo que piensa, muchas veces a contracorriente de lo que hoy propugnan quienes fueron sus antiguos compañeros de militancia, con una claridad y rotundidad poco comunes.
Hace unos días publicó uno de estos artículos (“Una cierta realidad”, El Mundo, ed. Andalucía, 14/11/2104) que seguro habrá escandalizado a muchos, más que nada desinformados de la historia. En él se hacen algunas afirmaciones -al hilo de lo mucho que nos gusta a los andaluces el intervencionismo estatal, lo que explica, según el autor, nuestras querencias electorales- que aunque no son novedosas, pocas veces las he visto tan claramente expresadas, sobre todo por alguien que viene de la izquierda.
Una de esas afirmaciones es que “el franquismo sociológico sigue vivo en la región: una cierta realidad que no quiere decir su nombre y se disfraza de izquierda”. Se refiere al Régimen socialista andaluz, que se prolonga ya por cerca de cuarenta años, tantos como duró el régimen franquista del que lo considera de alguna manera heredero. Se refiere Lazo a su fundamentación en el papel paternalista y provisor del Estado y al consiguiente intervencionismo gubernativo en lo económico, en el afán controlador, visto aquí como un sistema progresista “ por mucho que la
realidad nos demuestre lo contrario manteniendo Andalucía a la cola del
progreso”.
Pero la cuestión
que quiero fundamentalmente destacar es la referencia al mito de la II República, algo que Lazo ha
estudiado en profundidad. Sobre este asunto mantiene:
la tan publicitada
democracia de la Segunda República...duró menos que un soplo: a partir de
febrero de 1936 el triunfo en las elecciones del Frente Popular convirtió aquel
régimen, que nunca había sido muy liberal, en una dictadura de partidos de
izquierdas y en la práctica desaparición del Estado de Derecho. La guerra civil
no fue un enfrentamiento entre libertad y despotismo, sino el choque entre un
totalitarismo que tomaba como modelo la Italia de Mussolini y la Alemania de
Hitler, y un totalitarismo de izquierdas cuyo modelo fue la Unión Soviética de
Stalin.
No lo digo
yo, lo dice el profesor Lazo. Pero es lo que pienso, después de haber leído no
poco sobre el tema, desde hace bastante tiempo. Frente a esto se nos quiere
imponer por ley que la II República española fue un régimen idílico de libertades
abortado bruscamente por un alzamiento fascista. Con planteamientos así es
natural que los intelectuales decentes y honestos no tengan más remedio que
retirarse de la política y dejar paso a las nuevas camadas de estultos e
ignorantes, amén en muchos casos de corruptos, que ahora imperan. Algo habremos
hecho mal para merecer esto.
sábado, 6 de diciembre de 2014
LA LUZ CON EL TIEMPO DENTRO
Moguer es un pueblo grande y blanco rodeado de
tierras rojas salpicadas de pinos verdes y una lengua de mar que se abre paso,
tierra adentro, por la ría. Sus
calles son anchas y sus casas bajas y sobre ellas imperan la
cúpula y la torre agiraldada de Santa María de la Granada. En una de sus
entradas principales, la que queda más
al sur, hay un muro encalado con una leyenda en letras de forja, bien visible
desde la carretera, que define a la ciudad como “...la luz con el tiempo dentro…”
Desde pequeño vengo leyéndola, cuando mi
padre llamaba nuestra atención sobre la
figura del burrito que adorna la
gasolinera cercana, cada vez que pasábamos por allí camino de la playa. Es difícil desentrañar el significado último
de esta expresión, pero ejerce sobre mí la sugestión de las frases hermosas que
nos hacen ver las cosas de una manera diferente a la que nos dicta la mera
experiencia sensorial. Quien la acuñó era nada más y nada menos que Juan Ramón
Jiménez, una de las mayores glorias literarias de España e hijo de esta villa.
En ella transcurrieron la infancia y juventud del eximio poeta, universalmente
reconocido por sus premios y por su labor dentro y fuera de nuestras fronteras.
Le tenía yo cogida un
poco de tirria a Moguer por culpa de algunos moguereños, pero como este año se cumple el centenario de la publicación de la obra más famosa de Juan Ramón,
allá que fuimos a visitar la casa museo
del poeta, cuya última restauración, llevada a cabo hace sólo unos años, no
conocía. Se trata de la segunda vivienda
de Juan Ramón en Moguer. La primera se hallaba en el barrio marinero, calle
Ribera, y desde su azotea se podía controlar el movimiento de los barcos que
traían y llevaban los vinos con los que comerciaba su padre. Pero en aquella
primera morada pasó pocos años, tantos como cuatro, trasladándose luego a otra
más céntrica en la calle que actualmente lleva su nombre. Juan Ramón afianzó
allí las raíces profundas de su sensibilidad y de su estilo, y de ella partió para
–primero Sevilla, después Madrid…- conquistar el mundo de las letras. Conocería
a Zenobia, se casaría con ella en Nueva York y cuando se establecieron en la
madrileña calle Padilla sobrevino la guerra. Juan Ramón y Zenobia marcharon a
Estados Unidos, un viaje que esperaban corto, de sólo unos meses, y que se
convirtió en un largo exilio continuado más tarde en Puerto Rico.

No sé muy bien, para
qué voy a mentir, lo que significa eso de “la luz con el tiempo dentro”. Pero
cuando cada verano contemplo Moguer desde la atalaya privilegiada de Montemayor y veo la luz
radiante y quieta que se cierne sobre el
caserío pienso que quizá es allí donde Juan
Ramón percibió una vez cómo el tiempo está
atrapado en su interior. Después el
poeta se fue, y se quedaron los pájaros cantando.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)