sábado, 16 de marzo de 2013

SORPRESA


La tarde del miércoles nos deparó la emoción del desenlace del cónclave que, apenas iniciado el día anterior,  habría de elegir al sucesor de Benedicto XVI al frente de la Iglesia católica. Habían pasado escasos minutos de las siete cuando a través de las pantallas (de televisión, de ordenador, o de cualquier tipo de terminal) pudimos apreciar que de la célebre chimenea vaticana comenzaba a salir un humo inconfundiblemente blanco. Había sido en la quinta votación, segunda de la jornada vespertina, en que uno de los purpurados había concitado los votos requeridos, pero aún habría de transcurrir una hora hasta que conocimos el nombre del elegido. Una hora en que se extendió aún con más fuerza la idea de que el cardenal Angelo Scola, arzobispo de Milán, sería el próximo Papa. Por eso, cuando el cardenal Tauran salió al balcón y pronunció las palabras rituales en latín hubo ya un primer sobresalto cuando pronunció el nombre de pila del nuevo pontífice, que no era Angelus. Pero tampoco Petrus (Erdo o Turkson), ni Odilus (Scherer) o Marcus (Ouelet),  ni cualquiera otro de los que se habían barajado en los días previos. En ese momento creo que muy pocos habían identificado ya al elegido, pero sí que no era uno de los esperados. Sólo unos segundos después acabó de desvelarse: Bergoglio. Ahora sí, el cardenal argentino, del que tanto se habló en la elección anterior, pero por el que en esta nadie apostaba. La sensación que creo que nos inundó a todos fue la de sorpresa. Una tremenda sorpresa que volvía a confirmar una vez más la célebre regla no escrita de que quien entra papa sale cardenal.
Y me pregunté ¿por qué esta sorpresa? La conclusión a que llego es que lo mismo que los medios nos vendieron la imagen negativa de Ratzinger en el cónclave de 2005, ahora hicieron lo propio con que podía saberse quiénes eran los favoritos, según los “bloques”, las “facciones”, los “intereses”, los “retos”…todo ello, claro está, con un criterio y unos esquemas perfectamente mundanos, muy alejados de los que deben ser los de una institución que está en este mundo, pero no es de él. Esto demuestra que los medios y opinadores habituales no tenían ni la más pajolera idea, pero claro, cuando se trata, como escuché el otro día en un programa radiofónico de ¨hablar por hablar” pues hay que hacerlo como sea. Tan diferente es la Iglesia de otras instituciones conocidas, que sus cardenales no se dedican a cotillear con los periodistas ni a hacer filtraciones interesadas, ni a nada de lo que se estila tanto en otros ámbitos. Por eso es siempre equivocado utilizar los métodos de análisis al uso, sobre todo por parte de quienes desconocen por completo la vida eclesial.
Todo esto no dejaría de ser  anecdótico si no fuera porque nos hace ver una vez más la imagen distorsionada que en muchas ocasiones se da de la realidad de la Iglesia a través de la mayoría de los medios de comunicación. Es importante pues que los católicos procuremos, en primer lugar vivir de cerca esa realidad para que no tengan que contárnosla, y en segundo lugar  no quedarnos en la superficialidad de tantos titulares tergiversadores e intentemos profundizar en la verdad de las cosas ampliando nuestra red de información en aquellos aspectos que no conozcamos directamente.
Superada pues  la sorpresa inicial  es momento de empezar a conocer al Papa Francisco. Leamos sus libros, escuchemos sus discursos, estudiemos sus encíclicas cuando las haya, estemos atentos en suma a lo que nos dice a ser posible de manera directa, sin dejarnos llevar por  intermediarios interesados y/o indocumentados. Hoy día esto es muy posible gracias a las facilidades que ofrece internet. De momento hay ya gestos que han sido muy comentados: el nombre elegido, su presentación totalmente de blanco, sin muceta, sin estola, con cruz pectoral de madera... Pero yo subrayaría algún otro: ha comenzado su ministerio llamando a la oración (por dos veces en su alocución desde la logia de San Pedro) y poniendo en el centro de todo a la figura de Jesucristo crucificado (en su homilía de la misa celebrada el día 14). Algo por otra parte tan natural, pero al mismo tiempo tan alejado de los planteamientos de todos aquellos que tras haber patinado tan ostentosamente en sus predicciones, pretenden ahora, inasequibles al desaliento, imponer la agenda que el sucesor de Pedro tenga que abordar durante su ministerio. Perdonémoslos porque no saben lo que dicen. 




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