viernes, 3 de abril de 2015

TARDE DE VIERNES SANTO

Al atardecer del Viernes Santo, todo se ha consumado. El peso de la tragedia del Dios hecho hombre cae como una losa sobre la humanidad. Es el gran día de luto para la Iglesia. Según los textos sagrados una densa oscuridad había cubierto la tierra desde el mediodía hasta las tres de la tarde. El sol se había eclipsado, según había predicho el profeta Amós

Sucederá aquél día que en pleno mediodía yo haré ponerse el sol, y cubriré la tierra de tinieblas en la luz del día ..lo haré como duelo de hijo único….

Sí, parece como si Dios hubiera cerrado los ojos para no ver la muerte de su Hijo. La oscuridad cubrió aquella tierra palestina durante varias horas. ¡Qué sensación de fracaso, qué  abatimiento debió cernirse sobre aquellos pocos discípulos que decidieron seguir a  Jesús hasta el final porque sólo Él tiene “palabras  de vida eterna”!

Jesús había pasado en pocos días de ser el rey aclamado entre palmas y ramos de olivo, a ser el reo ajusticiado, abandonado incluso por muchos de los suyos. Sólo unos pocos fieles permanecen con Él hasta darle sepultura. Ahí están José de Arimatea, que era discípulo pero lo ocultaba por miedo a los judíos pues era también miembro del sanedrín y había pedido permiso a Pilato para descender el cuerpo del crucificado. Llegó también Nicodemo, con unas cien libras de una mezcla de mirra y áloe. Juan, el discípulo amado que permaneció siempre al pie de la cruz, como  María Magdalena, María de Cleofás y María Salomé, rodeando todos el cuerpo inerte del  Maestro que es sostenido piadosamente  en los brazos de su Madre para envolverlo “en lienzos con aromas, como acostumbraban los judíos a sepultar”.

Eran los momentos de duda, de zozobra, de incredulidad ante lo que estaba pasando, como tantos que nos asaltan en la vida cuando las cosas no resultan como esperábamos ¿pero cómo puede pasarme a mí esto? ¿pero cómo puede permitir Dios  que ocurra tal cosa? No tenemos los cristianos una explicación clara acerca del por qué de tales sufrimientos, que incluso el propio Dios padeció cuando habitó entre nosotros, pero sí una propuesta de respuesta en forma de atención piadosa y compasiva hacia los que sufren siguiendo el ejemplo de nuestra Madre. María,  Madre de Piedad y Misericordia, decimos los hermanos de la Sagrada Mortaja cuando rezamos el Rosario. Pues eso, un poquito más de piedad y un poquito más de misericordia aliviarían  muchos sufrimientos  en el mundo.

Es dura la tarde del Viernes Santo, es terrible. Los hermanos de la Piedad salimos a la calle y presentamos a Cristo muerto. Ahí está, el cordero inocente, sin mancha,  muerto por nuestros pecados. Nos lo recuerda el Evangelista San Juan:

Existía la luz verdadera, que con su venida a este mundo ilumina a todo hombre.
Estaba en el mundo, el mundo fue hecho por él, y el mundo no lo conoció.
Vino a los suyos  y los suyos no lo recibieron ...

Dios se ha encarnado rebajándose a asumir nuestra propia condición y esta es la respuesta que ha recibido de su criatura. Pero es que esto no es una cosa que pasara hace dos mil años. Es que Cristo muere cada día  y a cada hora cuando el hombre se rebela contra su Creador y rompe los lazos con Él.  Cristo muere cuando la codicia y la avaricia de unos cuantos es causa de la pobreza y la miseria de otros muchos. Y Cristo muere cuando alguien cae en la marginación o en la desesperanza porque nadie le tiende una mano de amistad y de cariño. Y Cristo muere en las víctimas de las guerras y de la violencia fanática.  Y Cristo muere  porque estamos implantando una cultura en  la que la vida humana es algo mercantilizable, manipulable y prescindible cuando no nos interesa. Y muere cuando el afán de lucro y de poder nos lleva a no tener más meta que el éxito económico o profesional sin importarnos a quienes ni cómo -acaso de nuestra propia familia, acaso amigos o compañeros-  vamos dejando en el camino.. Y Cristo muere tantas y tantas veces....hay tantos Viernes Santos aunque sólo rememoremos uno...


Sí, el que era luz del mundo baja al reino de las tinieblas. Pero nosotros, sus seguidores, que anunciamos su muerte, al mismo tiempo proclamamos su resurrección. Porque, por designio del Padre, Cristo, en primicia, ha vencido al último adversario del hombre: la muerte misma. Por eso estamos aquí. No estamos  para recrearnos en la contemplación del mal de la muerte, sino para celebrar el triunfo, a pesar de todo, del bien  y  de la vida. Porque pese a todas nuestras miserias la misericordia de Dios nuestro Padre así lo quiere para nosotros. Por esa fe y esa esperanza en la Resurrección es por lo que  en la desolación  de una noche trágica puede surgir la dulzura de una  de una estampa como la que contemplamos en nuestro paso. Lo que predomina en él no es una imagen de desesperación y angustia, sino de ternura.   Sin esa visión desde la fe en la resurrección no sería posible, no tendría ningún sentido. Jesús habría sido un fracasado más de la historia devorado hace tiempo en las fauces del olvido. Nosotros hoy, sin embargo, queremos seguir siendo testigos suyos, como aquellos primeros seguidores que permanecieron fieles al pie de la cruz, y aportamos al mundo un mensaje de esperanza.

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